Relato MI PULPO, publicado en Jonás y las palabras difíciles (incluido en LMEOC)

(Traduction en FRANÇAIS sur MON POULPE).
Madrid, Ed. Clara Obligado, 2010.

A Jaime.
Porque un día me descubrió
la presencia del número Φ
en la Naturaleza.


      Mi animal de compañía es un pulpo. Y yo lo tengo bien escondido bajo los faldones de mi cama, en una pecera con luz de neón. Mi pulpo no es rosa y tiene un tentáculo de más con el que, mientras escribo, hace ochos en mi cabeza y yo entro en un nirvana lleno de globulópodos... Me des-ma-te-ria-li-zo... La cabeza se me cae sobre el teclado del ordenadorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr...................................................................................................... y se me queda aquí clavada hasta que me despierto descubriendo un hilillo de saliva entre las teclas. Es cierto, pertenece a una especia rara; yo diría que es anfibio, por eso fuera del agua me acompaña tan bien.

      Se llama Juan Luis y ahora mismo me está mirando.

   Al leerle estas líneas ha hinchado sus ojos como chicles negros y se ha quedado inmóvil, observándome. Luego se ha puesto a hacer acrobacias en el respaldo de la silla que tengo enfrente. Son señales, pero no sé de qué; aunque de momento no dice nada, estoy convencida de que un día hablará.
  
      Me levanto para coger de la estantería a Shakespeare. Tengo la hipótesis de que hay un fragmento de Hamlet que le ofende. Cuando oye: "algo huele a podrido en Dinamarca", se balancea, se queda pensativo tres segundos, me escupe y se cuelga boca abajo como un murciélago decepcionado. Con una tristeza heterótrofa, me limpio su mucosidad. Entonces, se acerca a mí y me pone sus ventosas en la mejilla produciendo unos ruidos reconfortantes. Es un cefalópodo muy compasivo, aunque nunca sé si guarda algún as bajo el tentáculo.

      Decido instruirle y le explico el número de Fibonacci. Deja su mirada suspendida en el vacío y se le escurre un poco de saliva tentáculo cuarto hacia abajo. He logrado captar su atención. El número áureo está en La Gioconda, le digo, en El Mar de Debussy..., por todas partes en la Naturaleza. Le aclaro que sigue la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21... Se le escapa una lágrima. ¿Se sabrá octópodo irregular? Aunque no guarda una divina proporción, le aclaro, yo lo quiero igual que a las rosas con sus pétalos doradamente proporcionados o a los agujeros negros que se enfrían siguiendo este precioso 1,618033988...

     Cuando me oye decirle eso, empieza a llorar de forma exponencial y sus lagrimones llegan hasta el jardín. Enternecida por su llanto invertebrado, cojo un pañuelo verde para mimetizarle los mocos. De repente, rodea mi garganta con todas sus patas y comienza a apretarla con una fuerza sobremolusca. Lo sacudo varias veces con las quinientas páginas del Libro de los ábacos, mientras el aire apenas entra en mis pulmones. Me arrastro hasta el cuarto de baño en busca del secador para poder paralizarlo pero, de golpe, se desprende de mi pelo, salta a la lámpara del salón y se pone a silbar como un periquito... Necesito un Manual sobre pulpos; de lo contrario, un día apareceré muerta... Si reuniera el valor necesario, lo abriría por dentro para ver cómo funciona.

      Con una galleta María consigo que descienda, pacífico, a mi brazo. Le acaricio el cráneo blando y le digo que no se preocupe por no ser perfecto, que la perfección solo existe en el Mundo Platónico de las Ideas...

      Voy a dejarle que duerma conmigo. Le llamo y se desliza bajo las sábanas que acabo de entreabrir. Le hago cosquillas en sus nueve sobacos. Juan Luis se ríe y de su boca oculta escapa una ráfaga de gas. Confiado, me reboza en su ternura y se enrolla entre los dedos de mis pies. La noche es apacible. Sobre la almohada observo su bulto: tiene los ojitos cerrados; me paro a escuchar la cadencia de su respiración soñadora y pienso en que lo querré siempre, aunque algún día se irá a vivir a la pecera de otra mujer.
      






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